sabato 30 gennaio 2010

EL SINDROME DE ULISES

EL SÍNDROME DE ULISES

Por: Jesús Dapena Botero

Es un trastorno de estrés crónico y múltiple, de naturaleza psicológica que aparece en las poblaciones de emigrantes, cuando llegan a afincarse en una zona donde han de establecer su nueva residencia, que toma su nombre del héroe de La Odisea, Ulises, con su largo periplo a través de la cuenca del Mediterráneo, siempre anhelante de regresar a Ítaca, su tierra añorada, al que parecía nunca poder volver.

Quien describiera este síndrome fue el doctor Joseba Achótegui, un psiquiatra del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados, fundado en 1994, quien considera la migración como una situación límite debido al sentimiento de soledad, por no poder traer consigo la familia, por un sentimiento interno de fracaso, por la dificultad de acceder al mercado laboral, por la sensación de miedo, por la vinculación con ciertas mafias, por el sentimiento de tener que luchar mucho para sobrevivir, conjunto sintomático que en España puede afectar a unas ochocientos mil personas.

Tal síndrome puede constituirse en sí mismo como cofactor de otras patologías, que puede desencadenar si estas se encuentran en estado latente, que puede desencadenar brotes psicóticos.

Joseba Achótegui asegura que emigrar nunca ha sido fácil pero en los últimos años muchos procesos de migración se están dando en circunstancias particularmente difíciles, que ocasionan altos niveles de estrés, que llegan a superar las capacidades de adaptación de un ser humano, de tal forma que ocasionan un síndrome de estrés crónico y múltiple, cuadro que emerge en los países de acogida a los inmigrantes, en el contexto social de una globalización injusta en la que la xenofobia, incrementa las malas condiciones de vida para gran parte de ellos, quienes parecieran estar peor que en sus países de origen, lo cual desencadena toda una serie de fenómenos psicopatológicos, frente a los que los agentes de salud mental no podemos hacernos ni los de la vista gorda ni los de la oreja mocha, que los trabajadores de la salud mental no podemos ni desmentir ni renegar.

Hay una diferencia radical entre la gente del común, the ordinary people, para los anglosajones y Ulises, ya que el héroe griego, era un semidiós, quien, sin embargo, hubo de sobrellevar duras pruebas, pasar por terribles riesgos y adversidades, pero la gente común no tiene esta doble naturaleza divina y humana, sino que son humanos, simplemente, humanos, gente de carne y hueso, que se ven sometidos a situaciones tan adversas como las del héroe de La Odisea.





Dichos emigrantes han de encararse con la soledad, el miedo y la desesperanza, y muchas veces, como Odiseo han de sentarse en los muelles que los reciben a llorar a lágrima viva, en una atroz agonía, denotada por los suspiros que tratan de contrarrestar un infinito dolor, sometidos a un angustioso anonimato de tal suerte que podrían decir como Ulises al Cíclope Polífemo:

- ¿Quieres saber cómo me llamo? Mi nombre es nadie; nadie me llaman todos… – terrible precio que habría que pagar por la sobrevivencia, pues esa condición de invisibilidad, atenta contra el sentimiento de identidad y dificulta sobremanera la identidad social, lo cual redunda en detrimento de la salud mental de ese sujeto que se ha atrevido a cruzar límites y fronteras.

Allí, en tierras, que le son extrañas, está ese ser humano, con su sentimiento de omnipotencia herido, sometido a tensionantes factores, que hacen un letal cóctel con los duelos, que han de empezarse a elaborar, situación que puede ser la desencadenante de toda una serie de síntomas psiquiátricos, que pueden abarcar los más diversos campos de la psicopatología.

La fuerza de las circunstancias, atentan contra ese sujeto, sometido a una gran tensión, a un gran estrés, que le ocasiona un desequilibrio sustancial, ya que se revienta ante las demandas del medio externo, del ambiente y sus limitadas capacidades de respuestas y una aflicción que exige reorganización internas en su personalidad, ya que se ha perdido todo cuanto, hasta el momento resultaba significativo, de tal suerte que se da la sumatoria de un duelo y un estrés prolongado e intenso.

Para comprender esta psicopatología, Achótegui se dirige primero a la delimitación de los agentes estresantes y los duelos, cuando la inmigración se da en situaciones extremas y ahí podemos empezar a contar con:

1- La soledad, la separación de la familia y los seres queridos, lo cual nos aboca a una situación de duelo, que se agrava cuando se han dejado atrás niños pequeños o padres ancianos y enfermos, a quienes no ha podido traer consigo ni podrá visitar con frecuencia, dada la condición de ilegalidad en la que se ha llegado y ya, ha sido suficiente el fracaso que motivó la partida para volver a la tierra con un nuevo fracaso a cuestas pero hay otros motivos. Muchos emigrantes vienen con los papeles en regla pero no han podido traer a sus parejas y a sus hijos por otra serie de razones, sean éstas de índole económica o por las condiciones de explotación a que son sometidos, además de que hay que tener una autorización notarial para acudir a la reagrupación familiar y eso cuesta dinero. Entonces esa soledad forzada deviene en una gran causa de sufrimiento, la cual se siente más en las noches, en esas oscuras horas en las que afloran los recuerdos, las necesidades afectivas y emergen los mayores miedos.

Además es preciso tener en cuenta otros elementos socioantropológicos; en su mayoría, los inmigrantes provienen de de culturas donde las relaciones familiares son mucho más estrechas, donde se vive con gran cercanía con los seres del nacimiento hasta la muerte, en el marco de familias ampliadas, extensas, con fuertes vínculos de solidaridad, cuya pérdida acendra más el vacío afectivo.

Hiancia y falencia que puede desencadenar todas las patologías concernientes a los trastornos de la separación, del apego, con todo el dolor que estas expresan y refuerzan.

2- Allí, como otro fantasma acechante está el fracaso del proyecto migratorio, que aumenta la desesperanza y aumenta los temores, sobretodo, cuando el inmigrante siente que no se van cumpliendo ni siquiera sus más mínimas aspiraciones, que no encuentra oportunidades para salir adelante, que todo se hace tan difícil como, para empezar, la consecución de “los papeles”, que se sigue con la dificultad para entrar en el mercado laboral o caer en manos de terribles explotadores. Ese ingente esfuerzo migaratorio no parece haberse justificado; la inversión económica, los riesgos afrontados, el atrevimiento, la valentía no parecen haber servido para nada. A las penas previas, se suman nuevas y la sensación de fracaso reviste mayores proporciones cuando se vive en soledad. Pero entonces, ¿a qué volver? ¿volver para qué? En algunas tribus africanas se considera que quien ha fracasado en la migración carga con un maleficio, que podría recaer en las personas más próximas, de donde, se regresaría con el estigma de ser un ser peligroso para la familia y para la comunidad.

3- Entonces viene la lucha por la sobrevivencia en dos grandes áreas:

a. La alimentaria: ya que muchos, por la dificultad para conseguir la alimentación, se encuentran subalimentados y desnutridos pues el poco dinero que consiguen lo envían a sus familias en sus países de origen, una generosidad que nadie pareciera estar dispuesto a reconocerles, como tampoco nadie pareciera tener en cuenta la buena calidad de sus vínculos afectivos. Por ello, comen alimentos de mala calidad, con muchas grasas saturadas, con bajos índices proteicos y además de estos factores, está otro es la dificultada de reproducir en las nuevas tierras los hábitos alimentarios saludables que se tenían en los países de origen. Además el proceso de enfermar mismo con la fatiga, la cefalea, puede disminuir el apetito e incrementarse con la baja ingesta, lo cual hace que el emigrante se meta en un verdadero círculo infernal.

b. La habitacional: Las condiciones de vivienda también devienen sumamente problemáticas; la vivienda se hace difícil de encontrar, sobretodo cuando las sociedades albergantes son cada vez más prejuiciosas y xenófobas, en especial después de atentados terrorista como el de Atocha, que hizo que aumentara la resistencia del pueblo madrileño a los provenientes del Mágreb.[1] Hay quien alquila vivienda a estos emigrantes pero lo hace a altos precios y en condiciones de un gran hacinamiento, en los que el espacio por

persona es menor de 15 metros cuadrados; podríamos hablar entonces de infraviviendas, en las que faltan muchos recursos básicos, a veces estructurales como techos y paredes y muchas veces se vive directamente en la calle

4- En situaciones así, ¿el miedo cómo no ha de acogotarnos? Entonces, el miedo hace su aparición. Ya han pasado algunos de los riesgos de los camino, el miedo de transportarse en las pateras, en esas embarcaciones pequeñas, frágiles, de fondo aplanado, sin quilla, siempre con el peligro de naufragar; ya parecieran haber quedado atrás el sordo pavor de los camiones, de las coacciones de las mafias, de las redes de prostitución, siempre acechantes, pero ahí vigente está el miedo a la detención y a la expulsión, cuando Italia cierra las puertas y en España, se expulsa a un inmigrante cada cinco minutos; también está el terror de volver a ser víctima de más abusos, lo cual va haciendo que se fije más el miedo – el autor remite a hallazgos neurológicos en los que las situaciones traumáticas pueden ocasionar alteraciones de la amígdala, en el sistema límbico o atrofia en el hipocampo o en la corteza orbitofrontal, como pudo detectarse en los veteranos de Vietnam o en personas que fueron sometidas en su infancia a abuso sexual, hasta con un 25% de pérdida de substancia.[2]

Además, el autor recurre a un argumento reflexológico o conductual, en el que el estrés crónico, condicionaría aún más la sensación de miedo, tanto en lo sensorial como en lo contextual, lo que haría que ante situaciones futuras se respondiese con reacciones de miedo, lo que para él es importante en relación con el Síndrome de Ulises y la multitud de factores estresantes que reactivan el terror sufrido con anterioridad.

Al parecer una de las situaciones más generadoras de miedo en el paso de África a España es el paso por las zonas de las Canarias y del Estrecho de Gibraltar, dada su peligrosidad, se dice que en el Estrecho ha habido alrededor de cuatro mil muertos desde 1994, de tal suerte que esa travesía lo ha convertido en una verdadera fosa común; peligrosidad que no es exclusiva del Mediterráneo sino que también aparece en la zona del Hueco, de la frontera entre México y los Estados Unidos de América, donde la situación puede ser aún peor, donde mueren alrededor de mil personas por año; unas tres por día.

Otros inmigrantes llegan por otras vías, movilizados por grupos de delincuencia organizada, que los amenaza, les entrega documentación falsa y los chantajean.

Ese miedo se percibe en los niños, cuyos padres no tienen papeles; son niños asustados, que no toleran la tardanza de sus padres, pues temen que hayan sido deportados y quedarán sometidos a condiciones de orfandad; un miedo realista que los atenaza.

La integridad física la han visto seriamente amenazada y a ella se suma la desesperanza.



Todo ello se potencia por la acción de otros factores estresantes, que interactúan entre sí, donde la multiplicidad de ellos ya es en sí, un factor patogénico, pues no es lo mismo estar sometido a un solo agente estresante que a varios pues los factores se potencian entre ellos y hacen más que una simple sumatoria.

La persistencia en el tiempo de todos los ellos los hace girar hacia la cronicidad, ya que no es lo mismo estar sometido al estrés agudos de unos días o semanas que padecerlo durante meses o incluso años pues el estrés es acumulativo y se convierte en elemento para hacer de la existencia una vida desgraciada.

Otro factor agravante de esta condición es la intensidad de los agentes estresantes, ya que no es lo mismo el estrés que produce un taco en el tráfico o al que uno se ve sometido por tener que presentar unos exámenes y el de la soledad, o el de vivencias de terror que ponen al sujeto en un límite; la relevancia emocional de éstos no es la misma.
Todo parece ser que hace parte de una situación donde el sujeto pierde el control sobre el entorno, lo cual disminuye la sensación de seguridad y somete a una situación de desamparo mucho peor, con las subsecuentes reacciones psicofisiológicas que se dan en las situaciones de estrés.

La ausencia de redes de apoyo social agrava la situación. Nadie pareciera querer ayudar a estos ilegales, estos indocumentados, cuya situación de marginalidad social, los hace más viajeros que verdaderos inmigrantes, dadas las dificultades para iniciar procesos de asimilación en la nueva cultura; es como si fueran judíos errantes, siempre de viaje.

De otro lado están otros elementos: el cambio de lengua, de cultura, de paisaje, que han señalado Francisco Calvo[3], Jorge Tizón[4], León y Rebeca Grinberg, entre otros.

Achótegui hace un catálogo de duelos del inmigrante en situaciones límites:

1- El de la familia y los amigos.
2- El de la lengua.
3- El de la cultura.
4- El de la tierra.
5- El del estatus social.
6- El de contacto con grupos nacionales.
7- El de los riesgos físicos.

Frente al de la lengua, el inmigrante clandestino parece defenderse de alguna manera, afortunadamente las condiciones de trabajo lo llevan a hablar poco y no es fácil responder cuando le hablan.



Al aparecer los síntomas, las fuerza comienzan a flaquear, hay cierto agotamiento, que puede tornarse incapacitante, lo cual genera otro círculo infernal: requieren de la salud para mantener su fuerza de trabajo y esta empieza a minarse y la cosa empeora cuando el sistema sanitario no siempre los atiende bien ya que hay profesionales prejuiciosos, por ignorancia, por racismo o porque desvalorizan la importancia de la sintomatología.

Se hacen entonces diagnósticos de:

1- Trastornos depresivos.
2- Trastornos psicóticos.
3- Enfermedad orgánica.

Por eso, es preciso agudizar la mirada clínica y poder clasificar su fenomenología en:

a. Sintomatología afectiva:

- Tristeza ante el sentimiento de fracaso, ante la situación de desamparo, de desasimiento, de aflicción que puede ir convirtiéndose en un verdadero duelo patológica, con cierta melancolización. Los japoneses al considerar que no sonreír es una descortesía muchas veces ocultan la amimia propia de la tristeza.
- Llanto: es un fenómeno que aparece independientemente del género, a pesar de que a los hombres les hayan enseñado que sólo las mujeres lloran, pero hay que tener en cuenta que en la cultura islámica el llanto en los hombres no está bien visto y por eso, los varones más que llorar, gimen. Lo que sucede con este fenómeno es que dada la intensidad de la situación límite trasciende las inhibiciones de tipo cultural.
- Sentimiento de culpa: Este es más propio de la cultura occidental y en las culturas tradicionales se da más un sentimiento de culpabilidad del tipo paranoide, bastante ligado con el temor al castigo, sin preocuparse mucho por el daño causado al otro. De tal suerte que la culpa se vincula en dichas culturas con la hechicería y la magia. Los pakistaníes miran al entrevistador asombrados cuando se investigan estos sentimientos pero un latinoamericano puede sentirse cargado por esos sentimientos.
- Las ideas de muerte no son frecuentes en este tipo de pacientes, dada la capacidad de lucha que tienen, que los impulsa a salir adelante aún en contextos muy adversos; cierta esperanza los impulsa a seguir viviendo. Una ecuatoriana decía que no podía darse el lujo de pensar en la muerte si dos niños la esperaban en su país; era una persona llena de vitalidad pero en menores adolescentes puede aparecer una mayor impulsividad y en ellos si pueden aparecer ideas de muerte o intentos de suicidio en momentos de gran desesperación.


b. Síntomatología ansiosa: Es una de las más importantes del cuadro clínico.


- Tensión y nerviosidad: es uno de los síntomas más frecuentes, que da cuenta del gran esfuerzo adaptativo, de la lucha que se supone que es necesaria para enfrentar la adversidad que conlleva este tipo de migración, con todos sus factores estresantes.
- Preocupaciones excesivas y recurrentes: que dan cuenta de la complejidad y la dificultad de la situación, que se generan por sentimientos contrapuestos, difíciles de integrar, que demandan tener una gran capacidad de insight para leer las propias emociones, enfrentar la constante necesidad de tomar distintos tipos de decisiones, a veces en muy poco tiempo, sin muchas posibilidades de poder pensar bien, lo cual resulta ser un gran factor ansiógeno. El sujeto puede sentirse como si estuviera metido dentro de un centrífuga, con la cabeza trabajando todo el día, lo cual puede paralizarlo en una preocupación recurrente de tipo obsesivo, como mecanismo de defensa, lo cual puede llevar al insomnio, ya que no se alcanza la relajación suficiente para meterse en el estado de sueño.
- La irritabilidad: es un síntoma memos frecuente pero hay que tenerlo en cuenta en inmigrantes, provenientes del Oriente, quienes suelen tener un gran control sobre su vida emocional, ya que consideran su expresión como una forma de coacción al otro. Este síntoma suele aparecer más en personas menores, quienes tienen propensión a meterse en bandas juveniles, y se ponen bravos como dicen los suramericanos.
- Insomnio: Las preocupaciones recurrentes e insistentes suelen producirlo, sobre todo que para el emigrante las horas nocturnas son mucho más duras por la emergencia de recuerdos, el cruel sentimiento de soledad, el alejamiento de los seres queridos y toda la gama de problemáticas que hay que enfrentar en la vida cotidiana. La disminución de estímulos externos, centra la atención en la vida interior que está siendo bastante sacudida por el proceso. Entonces puede hacer su aparición la ansiedad anticipatoria en el momento de acostarse. Las malas condiciones habitacionales suelen agravarlo, dado que el sujeto está muchas veces en ambientes húmedos, excesivamente calurosos en verano y fríos durante el invierno, con muchos ruidos, con mala ventilación, etc., cuando no se está directamente en la pura calle, con el subsecuente miedo a los robos, a las agresiones, a la policía, en fin… pues no es de extrañar que grupos de xenófobos vaya a atacarlos, a veces hasta llegar a asesinatos consumados y ocasionarles, en los casos menos graves, lesiones importantes.

c. Somatizaciones:

En la mayoría de las culturas de donde los inmigrantes no hay el dualismo de mente y cuerpo de las culturas occidentales, sino que hay la concepción de que alma y cuerpo se expresan de forma combinada y no son, precisamente, pacientes alexitímicos, incapaces de leer sus emociones, pero ello no impide que las somatizaciones hagan su aparición. Puede suceder que aparezcan cefaleas, fatiga y dolores osteomusculares.



- Cefalea: Es uno de los síntomas más comunes, la mayoría de tipo tensional, que se asocian con la sintomatología obsesiva, con sus preocupaciones constantes, de tal suerte, que es más de tipo frontal o en las sienes; me supongo que debe aparecer lo que en Colombia llaman “dolor de cerebro” que es una cefalea occipital o una sensación de dolor en los músculos de la parte de atrás de la nuca, que se da con mayor frecuencia en los pacientes que niegan la ansiedad o los sentimientos que acompañan al duelo, ya que es más soportable el dolor de cabeza que la profunda aflicción de quien se ha separado de tantas cosas queridas y tener que enfrentar tantos problemas y adversidades.
- La fatiga: como la energía se liga con la motivación, cuando la persona deja de ver posibles salidas y soluciones a sus problemas, viene cierto burn out, con la subsecuente disminución de fuerzas por el agotamiento como última fase del estrés y el paciente puede estarlo tanto que caiga postrado en cama. Es pues un síntoma que aparece con el tiempo, como un gran cansancio, que genera una gran astenia y adinamia.

Con el tratamiento, uno de los primeros síntomas que mejora es el insomnio pero uno de los síntomas más resistentes a la mejoría es la cefalea.

d. Estados confusionales:


El paciente puede percibir fallas de la memoria, de la atención, incluso puede sentirse perdido y perderse en realidad o estar desorientado en el tiempo, muchas veces ésto se asocia con la necesidad de esconderse, de pasar desapercibidos, de hacerse invisibles para no ser atrapados por la policía. Muchos muchachos que son llevados a instituciones de tutela, dan nombres distintos en cada centro; muchas veces hasta olvidan su nombre propio. El paciente puede tener la sensación de no saber si viene o va, de no saber qué quieren ni desean. Los sujetos obligados a mentir, se enredan en sus propias mentiras, al punto de empezar a creérselas, en medio de tanta confusión, en medio de tanta desconfianza. Y lo que se ha observado es que los que provienen de medios totalitarios con gran presión social, como los que provienen del mundo soviético, presentan más ansiedades paranoides que confusionales.

Pero es difícil evaluar esta sintomatología en personas provenientes de otras culturas, sobre todo cuando hay algunas que tienen más una concepción del tiempo circular que nuestro tiempo lineal occidental. La despersonalización se vuelve difícil de valorar cuando se proviene de culturas que tienen otra concepción del yo o de la subjetividad, como sucede con los orientales. Si acudimos a Melanie Klein[5], la famosa psicoanalista plantea que la confusión aparece más cuando el yo ha de recurrir a la negación en situaciones extremas y si recurrimos a la mirada biológica, la confusión en situaciones de estrés crónico puede darse por acción del cortisol en el hipocampo y áreas corticales, con alteraciones de la memoria, como lo plantea Sendi.[6]


El emigrante tiende a interpretar su situación con los esquemas de su contexto cultural, y pueden aparecer interpretaciones vinculadas con la brujería, la magia y la hechicería. Muchos viven la situación como un castigo por haber incumplido normas de su grupo social, el haber rechazado casarse con una pariente asignada por la familia, por no haber estado presente en el momento de la muerte de sus padres, es decir como se anotaba antes desde la perspectiva de la culpa persecutoria, tan bien descrita por Melanie Klein y León Grinberg, lo cual los hace más susceptibles a las acciones de brujos y brujas, lo cual debe ser tenido en cuenta por el entrevistador y el terapeuta occidental, quien debe hacer un esfuerzo empático y permitir descentrarse de sus propias creencias culturales. Debemos escuchar al paciente con toda atención y respeto, lo cual no es tarea fácil. Una posibilidad es preguntarle al paciente si el cree que todo eso que le ocurre puede ser efecto de la mala suerte, con el fin de poder continuar el diálogo terapéutico con un buen nivel de profundidad.

Hay que tener la variabilidad de los síntomas en el tiempo, con temporadas de mejoría y otras de recaída, a la vez que se mueven en un entorno cambiante, a la par que reciben ayuda y de acuerdo con las defensas que estén implementando en un momento y en otro de su vida.

Un africano decía una vez a su psiquiatra:

- Ya ve usted, el mal de ojo también me lo han echado las Leyes de este país.

En relación con las interpretaciones mágicas del paciente, no basta mirarlas desde la explicación freudiana de la omnipotencia sino que hay que conocer la cosmovisión del medio cultural de donde proviene el paciente.

Es importante poder hacer un buen diagnóstico diferencial:

1. Trastorno de Estrés Agudo: La diferencia con el síndrome de Ulises, es que por definición éste es un cuadro crónico.
2. Duelo: Usualmente se vincula con la muerte de un ser querido o al menos sería un tipo de duelo distinto, bastante complejo, más difícil, con sentimientos de pesar muy intensos, cercanos al sentimiento de desolación, tan bien descritos por San Ignacio de Loyola y Hannah Arendt.
3. Depresión: no hay una apatía propiamente dicha, ni aparecen ideas de muerte, culpa depresiva, ni baja autoestima. En cuanto a la apatía, en los nuevos Ulises persiste el deseo de salir adelante, quieren hacer cosas aunque vean el camino cerrado, un poco a la manera del agrimensor K., de El Castillo de Franz Kafka; mientras en el episodio depresivo hay casi siempre pérdida de intereses, al menos por lo que nos dice el DSM-IV-R. Estas personas están más bien llenas de sentimientos de vida, piensan en sus hijos, en sus familias y a pesar de los pesares mantienen su autoestima. Por lo tanto no pareciera ser un

trastorno depresivo, a menos que lo incluyamos dentro de las depresiones atípicas, pero bien sabemos que en la particularidad y singularidad de estas situaciones humanas, la categorización diagnóstica puede ser de muy poca utilidad. Estas personas están fatigadas, decaídas pero no desmoralizadas.
4. Psicosis: no hay la ruptura con la realidad que implica la psicosis.
5. Trastorno Adaptativo: Este síndrome parecería estar más allá de él, pues el sujeto está en circunstancias de una complejidad tal que supera la capacidad de adaptación del individuo. En 1966, Beiser[7] hace referencia al trastorno adaptativo propio de los emigrantes, pero es distinta la condición de quienes emigran con papeles y derecho a la reagrupación familiar que aquellos del siglo XXI, inmigrantes extracomunitarios que nada traen consigo. Además la definición de trastorno adaptativo del DSM-IV-R señalan que el malestar es superior al esperable por la naturaleza del factor estresante, que se logra identificar, que hay alguna desproporción, lo cual no pareciera valer en el caso de los inmigrantes enfrentados a múltiples factores de tensión, enfrentados a sobrevivir en un ámbito de terror, de donde los factores en juego son de una gran intensidad y de otra dimensión tanto cualitativa como cuantitativa; al contrario nuestros Ulises se enfrentan a algo peor que lo esperable y, en ese sentido, tal vez sean más normales, no hay vivencias catastróficas del orden de lo imaginario; nuestros Odiseos, se enfrentan con lo tremendo y el sujeto lo percibe en la justa medida, tal como es. Por esto el autor considera que la situación de estas personas va más allá de lo adaptativo, dadas la condiciones sociales que rodean a estos emigrantes sin papeles, con dificultades de acceder al trabajo, sin contacto con sus seres queridos; lo que más desearían estas personas es adaptarse pero el entorno les niega los instrumentos para poder hacerlo, con lo cual todo se sale de madre, como una avalancha de situaciones incontrolables. Estos outsiders no pueden adaptarse precisamente por su condición de seres en out, ubicados por fuera del sistema. Tal vez, Alain Touraine pueda aportarnos algo para pensar el problema, cuando dice que mientras antes la sociedad se dividía en los “de arriba” y los “de abajo”, ahora se divide entre los que están dentro y fuera del sistema, y los que están en la segunda categoría, se hacen mucho más vulnerables a padecer este tipo de trastornos, que los que permanecen cómodos dentro de él, “bastante bien por lo conformes”. Podría pensarse entonces en un síndrome a-adaptativo, lo cual no quiere decir que no haya un continuum entre el trastorno adaptivo corriente y el Síndrome de Ulises pero es algo todavía complicado de pensar.
6. Trastorno de estrés postraumático: Puede haber ciertas similitudes entre los trastornos pero también el síndrome de Ulises parece ir más allá de esta categoría diagnóstica, la cual, por definición, aparece tras la exposición a un acontecimiento que excede la capacidad de continencia del yo del sujeto, que es lo que la hace traumática, en las que el sujeto se ve envuelto en acontecimientos que representan un peligro real para su vida o amenazantes en relación con su integridad, cosa que, en realidad, es compartida por quienes padecen el síndrome de Ulises, pero con una mayor intensidad, con una mayor gama de factores estresantes pues factores como la soledad, el sentimiento de fracaso, de lucha constante por la supervivencia no tienen nada que ver con el trastorno de estrés postraumático en sí y son elementos fundamentales del síndrome de Ulises, además de que

en el trastorno de estrés postraumático puede sobrevenir la apatía y la baja autoestima, mientras que el orgulloso Odiseo se mantiene en pie de lucha, como K, el agrimensor, no cede en su deseo, para utilizar una expresión lacaniana. Los inmigrantes aguantan aunque no sabemos cual sea el límite de su tolerancia. Tampoco se sabe cuáles son los factores de protección o de vulnerabilidad que existen en relación con el síndrome de Ulises, aún queda mucho por explorar y evaluar. Pero para ello se precisa superar prejuicios pues los inmigrantes son como las mujeres o las minorías, que se miran desde una perspectiva descalificadora desde dotores, digo yo insensibles frente a las realidades sociales y como lo señalara Frantz Fannon[8], hay una clara discriminación social hacia los inmigrantes y las minorías.


Bibliografía

[1] Por Mágreb se entiende la zona del noroeste africano, donde se pone el sol, que corresponde a la parte más occidental del mundo árabe y comprende a Mauritania, el Sahara Occidental Marruecos, Argelia, Túnez y Libia.
[2] Habría que mirar esto desde el punto de vista clínico pues creo que una lesión de tal naturaleza agravaría notablemente el pronóstico de estas personas pues pareciera determinar que no hubiera reversibilidad del proceso,
[3] Calvo, F. ¿Qué es ser inmigrante? Barcelona, 1970.
[4] Tizón, J. et als. Migraciones y salud mental. PPU, Barcelona, 1993.
[5] Klein, M. Envidia y gratitud. en Obras Completas, Paidós, Buenos Aires, 1975.
[6] Sendi, C. Estrés, memoria y trastornos asociados. Ariel, Madrid, 2001.
[7] Beiser, M. Adjustment Disorder in DSM-IV: Cultural considerations. En Mezzich, J. y A. Kleimman. Culture and Psyciatric Diagnosis. A DSM-IV perspective, American Psychiatric Press, Inc, Washington, 1966.
[8] Fannon, F. Escucha, blanco. Nova Terra, Barcelona, 1970.

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